lunes, 17 de octubre de 2011

Nuestro rincón!!!

El delfín que perdió a su mamá




Un día estaba el delfincito nadando un poco triste por la superficie del mar, había perdido a su mamá, estaba buscándola por todos lados sin poderla encontrar. Por su lado pasó un pez muy largo, serio y con cara de buenazo, al verlo tan triste le preguntó qué le ocurría. El delfincito bebé le contó su pena y el pez Sabio le dijo que debía ir a buscar dónde terminaba el arco iris, que allí donde los colores se derritieran encontraría a su mamá.

Para allí empezó a nadar el delfincito bebé, mirando al cielo a ver si encontraba por algún lado una nubecita que le regalara una lluvia y un poco de sol para que se dibujara el arco iris que le devolviera a su mamá. Muy lejos descubrió una nubecita chiquitiiiiita, nadó, saltó, se sumergió, fue a toda velocidad. Cuando llegó, se encontró con una sola y triste nube que no tenía pensado llover ni llamar a sus otras amigas para hacerlo. En el acto se le acercó un pez gordo y con cara de oler algo sucio, y el delfincito le dijo:

--Antes que me preguntes que me pasa, te lo cuento: he perdido a mi mamááá......, dijo muy muy triste el bebé. El pez le dio unas palmitas en la espalda, diciéndole cómo podía encontrar el arco iris mas rápidamente y así a su mamá. Debía seguir siempre las crestas de las olas. Así lo hizo el pequeñin, tanto rato que ya no daba mas.

Cansado y decepcionado como estaba se dejó caer hasta el fondo del mar, recostándose en una cama de algas marinas de todos los colores, mirando sin ningún interes las preciosas plantas que adornaban aquel rincón del mar, todo era tan lindo allí que hasta parecía una selva acuatica multicolor, solo quería descansar un poquito y hallar consuelo para su corazoncito.

Un cardumen de pecesitos rayados negro y amarillo se acercaron a alegrarlo un poco, pero el se dio vuelta para no verlos, éstos llamaron a otros de muchos colores distintos, de todos los tamaños, formas, y grosores. El delfincito no pudo ahora negarse a mirarlos aunque fuera de reojo, pero enseguida recordó a su mamá y se tapó los ojitos para no ver mas nada.

Un pulpo muy señorial llegó moviendo sus tentaculos con un ritmo de baile antiguo, cuando descubrió al pequeño tan triste, le hizo cosquillas con un tentaculo, después con otro, al no ver ningún resultado, atacó de cosquillas con todos sus tentaculos, hasta que las risitas se oian bien lejos.

El pulpo escuchó seriamente toda la historia del arco iris, de las crestas de las olas, y le confesó al bebito que en realidad, el "Pez con Cara de Oler a algo Sucio", era el pez bromista, que los grandes ya saben que no hay que hacerle caso. El señor pulpo le aconsejó buscar las nubes bien grises y oscuras, oler el aire y no parar hasta encontar a su mamá, que un día la encontrará.

Así hizo el delfincito, nadó por muchos mares, vio montones de peces distintos, peces que parecian tener una espada, o que parecian gallos, también vio caballitos de mar, de lejos vio pingüinos y una ballena. Tánto nadó, tántos mares recorrió, que ya no quedaba casi mas nada del delfincito bebé, se había convertido en un delfin grande y bello.

Una ostra grandiosa, cuando lo sintió a su lado le dijo que escuchara un secreto que tenía para el, era un secreto que se lo habían dicho hace mucho tiempo, que solo a un delfin bello como el podría contarselo. La ostra se abrió un poquitin para que la pudiera escuchar y el delfin puso su orejita.

Una sonrisa dibujó la cara del buscador de su mamá y salió a la superficie, con tanta alegría que dio un salto como de tres metros e hizo dos volteretas, en la bajada vislumbró una delfina algo mas allá. Al salir a la superficie nadaron juntos un ratito, haciendo circulos, saltando uno por encima del otro, jugando a las escondidas, y todas esas cosas que hacen los delfines cuando estan felices. Tan felices estaban que se enamoraron, y al cabo de un tiempo la delfina tenía una panza gordota con un delficito en ella.

Una tarde, se había nublado todo el cielo, y empezó a llover, salió el sol un ratito y claro, se hizo un arco iris delante mismo del delfin, estaba tan sorprendido que le dijo a su delfina que iba a bucear allí abajo. El pobre delfin no sabía que iba a pasar, ¿estaría su mamá?, ¿se acordaría de el?, ¿cómo estaría? Todo esto se preguntaba mientras iba cautelosamente hacia las profundidades del mar. Desde donde estaba logró ver una delfina viejita y bastante arrugada.

--¡Siiiii, es ella!, gritó corriendo a su encuentro.

Se dieron muchísimos besitos, y mimos, y la mamá le dijo que había crecido mucho, que ya era un delfin muy grande y bello.

--Mamá, tengo que contarte que vas a ser abuelita dentro de muy poquito, sube que te voy a mostrar a mi delfincita, le dijo muy feliz el delfin.

La delfina abuelita estaba muy contenta tambien, despues de todos los besitos, de ver la pancita gordota, decidieron irse los tres a buscar un lugar donde pudieran vivir alegremente y hacer un lugar maravilloso para el futuro delfincito bebé.



FIN


El Murciélago Olvidadizo


Una mañana el murciélago bebé se había despertado antes de tiempo y se puso a caminar por un caminito de tierra, no muy lejos de allí se encontró una pequeña lagartija y le dijo:

  • Espera, ¡No corras tánto que no puedo seguirte!
La lagartija no salía de su asombro sin entender que podía querer un murciélago a esas horas del día y además correteando por un camino.


  • Ocurre que no sé más qué tengo que hacer ... le explicó el murciélago.
  • Pero... ¡Si tu eres un bebé murciélago! ... exclamó la lagartija.
  • Ahhhh, y... ¿qué hace un bebé murciélago? ... le preguntó con mucha curiosidad. 
  • Pueeesss ... empezó a pensar la lagartija ... para empezar no viven de día, por la noche están siempre despiertos.
  • Ahhh, bueno, entonces me voy a dormir para poder despertar a la noche,¡gracias señora longaniza!
  • Pe-pe-pero....¡¿ Quién es una longaniza?! Yo soy una LA-GAR-TI-JA, no te olvides de éso.
  • ¡Uy, disculpe señora LON-GAR-TI-JA! ... se disculpó el murciélago que tán pronto había se olvidado el nombre.
Antes que pudiera corregirse la lagartija ya había huido entre las hierbas altas al lado del camino.

Muchas ganas de ir a dormir no tenía, ya que se acababa de despartar casi, así que se puso a escuchar el aire, escuchaba algo muy divertido y hacia allí fue.
  • Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer!... gritaban los pichoncitos en el nido de ése aguaribay.
  • ¿Qué haces tu aquí?
  • Pues yo también quiero comer...Pio-Pio ¡Mamá quiero comer! Pio-Pio ¡Mamá quiero comer!... le contestó el murciélago levantando la boquita en espera de la mamá.


Cuando llegó la mamá pajara, les dio respectivamente a todos sus pichones su comidita y al escuchar esa voz tan rara, se percató que no era uno de sus hijitos además tenía un aspecto muy distino.

  • Tu no eres uno de los mios, tu eres un murciélago bebé, deberías de estar durmiendo a estas horas y despertarte por la noche ... le dijo suavemente la pajara.
Después de comer lo que le puso la pajara en su boquita, bajó del árbol y se fue a un pozo que encontró, se acostó de alguna manera muy poco típica de los murciélagos e intentó dormir.

Cuando despertó, unos rayos de luna brillaron en sus ojitos, se estiró y salió a ver qué era éso de vivir de noche. En la rama de un pino, vio dos grandes ojos, y dijo que ése podía ser uno de los suyos. Corrió como un pollo, y empezó a dar saltitos como un cangurito a ver si podía alcanzar la dichosa rama, al ver que no podía, trepó con sus alitas y logró sentarse al lado de una lechuza muy redonda.
  • ¡Ahhhh...!, suspiró aliviado despues de tanto trepar.
La lechuza giró su cabeza hasta dirigir su mirada al murcielaguito y le preguntó:



  • ¡¿Se puede saber qué haces tu aquí?!
  • Pueeess, nada, no sé a dónde tengo que ir, no sé con quién tengo que quedarme, unos pajaritos me dijeron que yo soy un mur..un murci.. un murciano... y que tengo que estar despierto por la noche... y bueno aquí estoy, le respondió con una sonrisita.
  • Noooo, no eres un murciano, eres un murciélago, repítelo, le corrigió la lechuza amablemente.
  • Murcieligo, no, murciligui, noooo... mur-mur-cie-la-to, ¡ya esta! ahora me salió, dijo triunfal el murciélago.
  • No, no, no.... es mur-cie-la-GO, dijo la lechuza, y además tu has de volar, con tus propias alitas, hacia la luz, hacia allí, aquellas cositas que vuelan bajo ese poste de luz son tambien murciélagos, como tu.
  • Mur-cie-la-GO, ahora sí me salió, ¡que bieeeen! pero, ¿cómo se hace eso de volar?, le preguntó mirándola pestañando mucho.
La lechuza le mostró como se hacía para volar dando una vuelta y cuando se sentó otra vez en su rama le dio un empujoncito, casi se cae pero el reflejo lo ayudó y empezó a volar y volar y volar, voló hasta la lechuza y le dijo gracias y se marchó hacia la luz del poste.


Allí revoloteó sin mucha convicción, para arriba y para abajo, para todos lados, sin tener mucho cuidado, hasta que se quemó un poquito con la luz. ¡Uy como chilló! Otro murciélago pequeño lo socorrió, y le dijo que tuviera cuidado, que ser murciélago no significa que no te quemas con la luz.

Empezaron a hacerse amiguitos así que el murciélago que sabía todo muy bien le propuso jugar una carrera hasta la torre de la iglesia, le señaló donde estaba...




  • Preparadoooos..... liiiiistooos..... ¡YA!, dijo muy espabilado volando muy rápido hasta allí.
El murciélago olvidadizo no tenía ni idea de qué había que hacer, así que se fue volando en zig-zag y para arriba y abajo, parece ser que le costaba bastante ir en linea recta....

Cuando el otro murciélago, que ya había llegado, vio como venía, se agarraba la pancita de la risa que le daba, le dio también un poquito de pena y volvió a ayudarlo.
  • Pero... ¿¡Qué haces!?, le preguntó aguantando la risa.
  • Uf... Uf... Uf.... que cansador es hacer de murciélago, ¿por qué has vuelto?, le preguntó bastante cansado.
  • Para mostrarte cómo puedes volar mas fácilmente y sin cansarte tanto, mira, así...
  • ¡¡¡Ah!!! Pero, ¡así es mucho mas fácil!, exclamó saliendo disparado para la torre y dejando al otro atrás.
Cuando llegaron se pusieron a descansar un ratito, después el murciélago sabio le explicó al olvidadizo que si quiere dormir tiene que colgarse de sus patitas y taparse todo con sus alitas, que él iba a ir ahora con su mamá y toda su familia para dormir, lo invitó a quedarse con ellos si quería.

Toda la familia estaba ya colgada para dormir, y la mamá murcielaga lo regaño por llegar tarde, pero cuando su hijito le contó la historia del murciélago olvidadizo, haciéndole una caricia a los dos les propuso ponerse a dormir.

Murciélago que va a dormir

Así encontró una familia que lo cuidó, y enseñó todas las cosas de los murciélagos, para ser un murciélago sabio también.




FIN

El árbol mágico



En el centro de una placita, en el pueblo, había un precioso árbol. El árbol tenía ramas muy largas para los costados y también para arriba. Parecía un poquito unos brazos locos que invitaban a los niños a subirse a él.

Pero el árbol, que ya era muy viejito, porque tenía 103 años, estaba un poquito triste. Resultaba ser, que de tan abuelito que era, de tan tan pero requete tan gordo que estaba - Había bebido mucha lluvia decían - , le pusieron una cerca a su alrededor...con un cartel. Pero como el no sabía leer... Estaba más y más triste porque era un abuelito sin la alegría de sus chiquitos.

Un día escuchó el árbol - porque saben oir muy bien ellos, eh! - que alguien leía el cartelito: - Árbol centenario. Monumento histórico nacional. Plantado por.....

Pero al árbol no le interesaba nada esas cosas, el quería oir risas y sentir cómo se trepaban los chicos... oir los secretos que le contaban... pero no le gustaba nada cuando las personas grandes le hacían daño, escribiéndolo o rompiéndolo.

Tanto tiempo había pasado... que el árbol ya se había cansado de esperar.

Cuando esa tarde de primavera, un chiquito, de unos 10 años, pasó la cerca! Qué contento se puso el árbol...! Tanto, que escuchen bien lo que pasó:

El chiquito fue a buscar a otro amigo para no estar tan solito. Treparon a una rama que iba para el costado del sol y se quedaron recostados contándose cosas... pequeños secretos de cosas que les gustaría hacer.

El árbol escuchaba todo y se reía con sus hojas alegres. Entonces pensó que sería una linda idea hacer un poquito de magia.

El chiquito que primero había trepado se llamaba Guillermo, el otro Agustín. Guillermo le contó a Agustín que él quería poder ganar muchas veces a las bolitas para que Jorge no se riera más de é en el colegio, y así Carlota se haría su amiga.

Al día siguiente misteriosamente, Guillermo ganó en todos los recreos a las bolitas y Carlota le dijo que lo había hecho muy bien y le regaló una bolita preciosa. Guillermo estaba muy contento y guardó esa bolita como "la bolita de la buena suerte"

Esa misma tarde, después del cole, fue saltando y cantando de alegría al árbol, a encontrarse con Agustín y le contó todo lo que pasó.

Así, el árbol escuchó todo y estaba muy feliz, ahora se reía muy fuerte con sus ramitas y sus hojas... - La magia funcionó! se dijo el árbol.

Agustín también le contó lo que quería hacer con muchas ganas y fue así como el árbol abuelito se convirtió en el ÁRBOL MáGICO, el que concedía los sueños.





FIN

El Jardín de los Ruisñores




La primavera había llegado, el jardín se empezaba a llenar de flores. Todas las tardes la niña esparcía migas de pan viejo para los pajaritos que estaban hambrientos, cerca de la fuente, al lado del columpio y entre las cañas.

Como cada tarde, se sentó en la larga mesa rústica del jardín, y muy quietita esperó que llegaran los sus pequeños amiguitos. El ruiseñor se posó junto a la niña, que divertida y extrañada le preguntó:

    Hola, pajarito lindo, ¿No tienes miedo de mi?
El ruiseñor cantó un poquito a modo de respuesta, dando saltitos para adelante y para atrás. Se incorporó suavemente y se encaminó hacia la cocina, el avecilla revoloteó delante de la pequeña cantando fuertemente a la vez que volvía a la mesa, repitiéndolo varias veces sin dejar entrar a la chiquilla.

    Pero... ¿Qué te pasa?, le preguntó, aunque no sabía como haría para entender la respuesta cantora.


El animalito voló rasante por encima de la mesa y volviendo por debajo de la misma, cantó y cantó, altisonantemente. La niña se sentó donde estaba antes. Parecía quererla llevar, a tironcitos con el pico a algún lado, estiraba de su blusa y cantaba siempre los mismos tonos y el mismo ritmo:

     tiru-tu-tití tiru-tu-tití
Se levantó al mismo tiempo que el pajarito volaba algo más lejos y volvía hacia ella con el mismo: tiru-tu-tití tiru-tu-tití cada vez que revoloteaba cera de su nariz.

    ¡Está bien! ¡Está bien!, dijo la niña, ya te sigo, ¿a dónde quieres llevarme?
El pajarito volaba indicándole el camino. La niña trepó y trepó al árbol y el canto del ruiseñor había cambiado, sonaba más triste:
     Titi-tííí-tu Titi-tííí-tu
Al mirar entre las hojas, descubrió un nido del que casi no se oía nada, intentó llegar más cerca, y vió algo muy triste: un montón de hijitos de la Ruiseñora que piaban bajito, bajito, y otros que quizas estaban durmiendo o muertos... La mamá pájara se paró encima del nido cantando muy muy triste.
    ¿Qué le pasa a tus hijitos? preguntó apenada, ¿es que nunca llegas al pan de la tarde? Bueno, espera que ahora voy a ayudarte, le dio esperanzas a la triste pájara.


Bajó cautelosamente y corriendo entró en la cocina, casi gritando le dijo a su madre:
    ¡Mamá, mamá tenemos que salvarlos, hay que hacer algo!, decía atolondradamente, los-hijitos-de-la-ruiseñora -están-muy-enfermos -quizas-muertos-algunos..., tomó aire agitada. Calma Margarita, ¿de quién hablas, qué pasa?, le contestó tranquilizadora la madre agachándose a la altura de la niña. A la ruiseñora no la han dejado comer pan los pájaros grandes, como ella es tan pequeñita, y ahora han nacido sus pichones, están todos muy débiles, algunos creo que están... muriéndose, dijo muy bajito como si no quisiera decir esta palabra.
La madre le dio un buen tazón con alpiste, un plato profundo con pan viejo mojado y algunas galletas.

Arboles ...

Margarita salió como un rayo hacia el árbol, fue trepando con una cosa por vez y las fue acomodando lo más cerca que pudo del nido, llamó a la ruiseñora y enseguida se llenó de un alegre trinar cuando vio el banquete que tenía sólo para su familia.

Cada tarde Margarita traía nuevas proviciones al árbol e igual que si fuera una doctora de pajaritos le preguntaba a la ruiseñora cómo se encontraban los pequeñuelos, tarde a tarde se oía un coro cada vez más vigoroso en el árbol.

Hasta que una tarde, cuando Margarita estaba sentada en la mesa --donde vio a la ruiseñora por primera vez--, aparecieron todos sus pequeños pacientes, crecidos y fuertes a cantarle la más bella canción del Ruiseñor.




FIN

domingo, 16 de octubre de 2011

La Nube de los secretos


el sol




El tren salió de su tunel oscuro, y los pasajeros se incandilaron con la luz del sol que estaba atardeciendo en el mar. La niña de dorados rizos, que estaba sentada en el regazo de su mamá, le decía que todavía habían bañistas en la playa aunque el verano playero acababa de terminar, y le preguntó:


--¿Las olas hablan, mamá?


--Claro, hijita, las olas son quienes viajan por todo el mundo con sus blancas bocas, y se cuentan unas a otras lo que ha pasado, por los lugares donde han estado.


A veces se rien mucho, y por eso oyes muchos splash seguidos en la rompiente, otras veces están enfadadas y hay holas grandotas que rompen haciendo mucho ruido, como quien da un portazo, en algunas ocaciones están perezosas y ni se mueven, es porque están dormitando y una pequeña ola, que casi no dice nada sobre la arena, significa que está roncando.





--¡Mira mamá! Qué nube más rara.


--Si, tienes razón, esa nube es la nube de los secretos. ¿Sabes qué hace esa nube? —Le preguntó en secreto la mamá.


--Si... Escucha los secretos de todos... —Dijo la niña riéndose.


--Bueno, en cierta manera si. Todas las olas le cuentan sus secretos a ella, porque saben que ella no los contará a nadie. También lo hacen los delfines y todos los animales del agua. ¿Sabes qué otros animales de agua hay? —Le preguntó animándola a pensar un poquito.


--Si... Los pájaros de agua —Contestó riendo.


--Y... ¿Cómo se llaman? Ga... —Le daba una ayudita.
 


--¡Gaviotas! —Contestó contenta de saberlo—. ¡Mira mamá!, ahí hay una que está jugando con las olas. ¿Sabes mami que las gaviotas flotan porque tienen una panza muy gorda?


--Si, también porque se llenan de aire —Dijo la madre llenando sus cachetes de aire, abriendo los brazos en redondo y moviéndose de lado a lado— y hacen como un flotador. A veces las gaviotas quieren enterarse de los secretos que les cuentan las olas a la nube y la nube se va un poco enfadada para otros lugares, y si la gaviota la molesta mucho entonces llueve. Otras veces, llueve sobre la tierra y los secretos caen sobre las plantas, los árboles, las flores o simplemente sobre la tierra. Como no concocen a las olas, no se enteran mucho qué significan esos secretos, aunque les caigan encima.






--Y, ¿qué pasa con los secretos que llueven sobre la tierra? —Le preguntó mirando a traves de la ventana.


--No pasa nada, caen como simples gotas de lluvia, guardando los secretos para siempre en el corazón de cada gota y al ser absorvida por un árbol, o flor, o donde sea que caiga, guarda ese secreto como si alguien se lo hubiera contado pero nunca puede recordar qué es en realidad, como cuando uno cree que tiene algo por decir y no recuerda qué —Le explicaba la mamá pegando su mejilla contra el de su hija de cuatro años.


La niña se reacomodaba sobre el regazo de la madre y le llenaba la cara con sus tirabuzones dorados.


A medida que el tren traqueteaba algunas nubes rosa-azul-violeta se juntaban en el horizonte a escuchar los secretos que alguien tenía para contarles, otras llegaban desde lejos justo a tiempo para disfrazarse con el atardecer. Y entre contar nubes y nubes, fueron llegando hasta su estación, donde bajaron y se despidieron de las señoritas del cielo hasta el día siguiente.


FIN


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Las vacaciones de la Luna


Una noche el cielo estaba muy oscuro, de ese negro que solo está cuando la luna brilla por su ausencia. De las chimeneas salían nubes de humo que llegaban muy alto, se sorprendieron de no ver ninguna luz por allí arriba, pero poco a poco y sin que nadie se diera cuenta se fue disolviendo en el aire.

Las estrellitas se preguntaban unas a otras dónde estaría la dama de la noche, los barcos en el mar intentaban encontrarla en sus latitudes, pero por ningún lado había un rayito de ella.

Desde el otro lado del mundo se oía una voz cantando:



     Tiii-tiraaa-tiruriii-titaaaaaaa....
Y entre dos palmeras muy divertidas que bailaban con el viento se encontraba la luna, chapoteando en el mar, como una niñita pequeña, eso sí, tenía unos enooormes anteojos de sol, estaba muy divertida porque no tenía que brillar por todos lados. Trajo consigo una valijita con algunas cosas, sus distintas caras, la menguante, la creciente, la nueva y la llena, también trajo algunas estrellitas vecinas que se negaban a salir de la oscuridad de la maleta, algunos polvos del cielo que usaba para resaltar más su linda blancura.

Después de un buen rato la luna empezó a enrojecerse, su piel que siempre fue tán blanca le ardía bastante, no se había puesto ningún protector solar, porque no existía ninguno para una luna tan grandota.

El sol, los delfínes que pasaban y todos los habitantes marinos se tapaban la risita, pero sin poderse contener al final.


    ¡AAAYYYY..... cómo me pica! ¡Cómo me piiiicaaaa!, estoy toda roja, ¡que raro es!, se quejaba la luna.
El sol estaba riéndose bastante y empezó hablarle a la luna:



     Jo-Jo-Jo-Jo.... qué risa, una luna roja, ¿¡y ahora cómo vas a dar luz!?, vas a dar una luz bien roja, y en realidad nadie va a encontrar más sus caminos, ni se formaran más caminos de luz de luna en el mar... terminó de decir el SOL un poco triste.
    Y ahora ¿qué puedo hacer?, ¿Cómo haré para volver a ser blanca y hermosa?, decía aflijida la luna.
Los animalitos le dieron toda clase de consejos de qué podía hacer para quitarse el ardor, ella muy paciente los seguía al pie de la letra, pero además de quedar como una luna loca mucho efecto no le hacía.



Un delfín le dijo en secreto lo que le devolvería su blancura, tenía que beber mucha, pero mucha, de verdad, leche de vaca. La luna le tiró un besito al aire, sin siquiera tocarse los labios porque también le ardían, y se fue corriendo para todos los países que tuvieran vacas y las dejó casi sin una gota para nadie más...

Poco a poco fue aliviándose su penar, al acercarse al mar por la noche se dio cuenta que ya no estaba más roja, pero sí estaba enormemente grande después de haber tomado tanta leche, muchísimo más que el sol y como despues de haber estado lejos tanto tiempo, ahora tenía que ponerse la cara de Luna creciente, y no le entraba por ningún lado se le salían pedazos de luna por todos los costados, así que se puso a hacer algo de ejercicio.



    ¡Hop!¡Hop!¡Hop! Vueltas para arriba...¡Hop!¡Hop!¡Hop! Vueltas para abajo...¡Hop! ¡Hop!¡Hop! Muchas vueltas más hasta volver a estar como antes... ¡Hop!¡Hop!¡Hop!...
Al terminar de dar tantas vueltas había vuelto a ser la bella luna de siempre, con su bonita cara Creciente... Así fue cambiando tranquilamente sus caras hasta cuando por fin se pudo poner Llena, por suerte no quedaba ningún rastro de sus locas vacaciones.

Todos los peces, pulpos, delfínes y demás habitantes marinos se reunieron a cuchichear muy bajito algunas cosas, lo hacían tán en secreto que la luna por más que disimuladamente bajara para oir mejor, no se enteraba de nada.

Los delfínes saltaron dando piruetas en el aire, los pulpos saltaron también muy graciosos tocándose sus tentáculos encima de su cabeza, todas las almejas, mejillones y ostras hicieron música castañeteando, los peces llenaron de maravillosos colores el baile acuático porque todos querían cantarle a la bella de la noche lo resplandeciente que estaba y cómo adoraban a esta estupenda anfitriona de la gran fiesta en el camino de luz de la Luna Llena.


FIN





martes, 4 de octubre de 2011







Martes 4 de octubre de 2011


Simbad el Marino





Hace muchos, muchísmos años, en la ciudad de Bagdag vivía un joven llamado Simbad. Era muy pobre y, para ganarse la vida, se veía obligado a transportar pesados fardos, por lo que se le conocía como Simbad el Cargador. "¡Pobre de mí! -se lamentaba- ¡qué triste suerte la mía!".

Quiso el destino que sus quejas fueran oídas por el dueño de una hermosa casa, el cual ordenó a un criado que hiciera entrar al joven. A través de maravillosos patios llenos de flores, Simbad el Cargador fue conducido hasta una sala de grandes dimensiones. En la sala estaba dispuesta una mesa llena de las más exóticas viandas y los más deliciosos vinos. En torno a ella había sentadas varias personas, entre las que destacaba un anciano, que habló de la siguiente manera: "Me llamo Simbad el Marino. No creas que mi vida ha sido fácil. Para que lo comprendas, te voy a contar mis aventuras...".

"Aunque mi padre me dejó al morir una fortuna considerable. Fue tanto lo que derroché que, al fin, me vi pobre y miserable. Entonces vendí lo poco que me quedaba y me embarqué con unos mercaderes. Navegamos durante semanas, hasta llegar a una isla. Al bajar a tierra el suelo tembló de repente y salimos todos proyectados: en realidad, la isla era una enorme ballena. Como no pude subir hasta el barco, me dejé arrastrar por las corrientes agarrado a una tabla hasta llegar a una playa plagada de palmeras. Una vez en tierra firme, tomé el primer barco que zarpó de vuelta a Bagdag..."

L legado a este punto, Simbad el Marino interrumpió su relato. Le dio al muchacho 100 monedas de oro y le rogó que volviera al día siguiente. Así lo hizo Simbad y el anciano prosiguió con sus andanzas... "Volví a zarpar. Un día que habíamos desembarcado me quedé dormido y, cuando desperté, el barco se había marchado sin mí. Llegué hasta un profundo valle sembrado de diamantes. Llené un saco con todos los que pude coger, me até un trozo de carne a la espalda y aguardé hasta que un águila me eligió como alimento para llevar a su nido, sacándome así de aquel lugar."

Terminado el relato, Simbad el Marino volvió a darle al joven 100 monedas de oro, con el ruego de que volviera al día siguiente... "Hubiera podido quedarme en Bagdag disfrutando de la fortuna conseguida, pero me aburría y volví a embarcarme. Todo fue bien hasta que nos sorprendió una gran tormenta y el barco naufragó. Fuimos arrojados a una isla habitada por unos enanos terribles, que nos cogieron prisioneros. Los enanos nos condujeron hasta un gigante que tenía un solo ojo y que comía carne humana. Al llegar la noche, aprovechando la oscuridad, le clavamos una estaca ardiente en su único ojo y escapamos de aquel espantoso lugar. De vuelta a Bagdag, el aburrimiento volvió a hacer presa en mí. Pero esto te lo contaré mañana..."

Y con estas palabras Simbad el Marino entregó al joven 100 piezas de oro. "Inicié un nuevo viaje, pero por obra del destino mi barco volvió a naufragar. Esta vez fuimos a dar a una isla llena de antropófagos. Me ofrecieron a la hija del rey, con quien me casé, pero al poco tiempo ésta murió. Había una costumbre en el reino: que el marido debía ser enterrado con la esposa. Por suerte, en el último momento, logré escaparme y regresé a Bagdag cargado de joyas..."

Y así, día tras día, Simbad el Marino fue narrando las fantásticas aventuras de sus viajes, tras lo cual ofrecía siempre 100 monedas de oro a Simbad el Cargador. De este modo el muchacho supo de cómo el afán de aventuras de Simbad el Marino le había llevado muchas veces a enriquecerse, para luego perder de nuevo su fortuna. El anciano Simbad le contó que, en el último de sus viajes, había sido vendido como esclavo a un traficante de marfil. Su misión consistía en cazar elefantes. Un día, huyendo de un elefante furioso, Simbad se subió a un árbol. El elefante agarró el tronco con su poderosa trompa y sacudió el árbol de tal modo que Simbad fue a caer sobre el lomo del animal. Éste le condujo entonces hasta un cementerio de elefantes; allí había marfil suficiente como para no tener que matar más elefantes.

Simbad así lo comprendió y, presentándose ante su amo, le explicó dónde podría encontrar gran número de colmillos. En agradecimiento, el mercader le concedió la libertad y le hizo muchos y valiosos regalos.

"Regresé a Bagdag y ya no he vuelto a embarcarme -continuó hablando el anciano-. Como verás, han sido muchos los avatares de mi vida. Y si ahora gozo de todos los placeres, también antes he conocido todos los padecimientos."

Cuando terminó de hablar, el anciano le pidió a Simbad el Cargador que aceptara quedarse a vivir con él. El joven Simbad aceptó encantado, y ya nunca más, tuvo que soportar el peso de ningún fardo.

FIN